sábado, 20 de diciembre de 2008

Juez por un día (relato de navidad): Carmen Amaralis




El arbolito en el centro del gran salón, cargado de adornos y de lucecitas de colores, me llenaba de melancolía. Después de un rato contemplando el espectáculo no sabía si llorar o reírme a carcajadas. Era todo tan especialmente impactante, tan diferente a lo que conozco. El salón estaba repleto de gente de todos colores, y todas las complicaciones de vida que puede retorcerle la existencia a más fuerte. Y los que lo tienen todo, menos quizás tanto amor, decidieron agrupar para esa fiesta a más de veinte familias en supuestas desgracias.

No sé porque me presté para ese asunto, sería la juez que determinara quien ganaba o quien perdía. Pero ganar o perder, para mis cavilaciones íntimas, representaba hacer o no hacer el ridículo.

A los veinte niñitos de las familias invitadas los sentaron en semicírculo en la fila frente a la tarima. Allí estaba representada La Santa familia con María, José, pastores y un niñito encarnado que chillaba amargamente por el picor de las pajas del la cuna improvisada con yerba y cadillos del matorral más cercano. Como sacados de un cuadro surrealista, también estaban Santa Claus con su enorme barba de cabello de poliéster blanco y varios payasos con unos trajes de intensos colores y unas caras regordetas que chorreaban pinturas de acrílico como lágrimas del más allá.

Eran niños discapacitados, muchos con espina bífida, o con hidrocefalia, o sin piernas o sin brazos, o tal vez con algún problema neurológico, pues pude observar como una nenita de alrededor de siete años de edad se trataba de arrancar el cabello, mientras reía con una mueca pintada en su rostro ingenuo y hermoso.

Los payasos comenzaron con el espectáculo de magias, bailes, saltos, gritos y de todo lo que pudiera mantener la atención de ese público que reía a carcajadas contra todas las posibles predicciones de los que tienen las cabezas exactas, las extremidades exactas, el cordón espinal bien puesto y no les falta un solo dedo de los pies o de las manos. Los niños reían y reían, los padre reían y reían, los camarógrafos y fotógrafos hacían de las suyas retratando aquel espectáculo que a mí me comenzaba a destrozar en pedazos.

No, pero resistí. Sí, resistí al ver el brillo en los ojos de las madres y los padres al contemplar sus hijos reír, gozar, recibir regalos, dulces, o verlos cantar en los brazos de algunos de los payasos, Contemplé a una madre derrabar lágrimas de emoción cuando María, la madre de Dios, tomó en su regazo a su hijita sin brazos, olvidándose por un rato del Jesús gritando en el pesebre por la picazón de las pajas.

Llegado el momento comenzó la competencia entre padres y madres. Las madres a un lado, los padres al otro y en el medio uno de los payasos los puso a competir, a correr en sacos, a bailar la Bamba, a caminar con huevos en la cabeza. Aquello era como para morirse de la risa, los niños gritaban celebrando, aplaudiendo, llamando a sus padres, brincaban en las sillas, se movían para todos lados en sus sillones de rueda. Y yo no podía descuidarme ni un solo segundo, tendría que decidir quienes ganaban, cuales corrían más rápido con los pies atados, a cual se la caía el huevo primero, quien movía mejor las caderas al ritmo de la rumba. Todo en torbellino.

No había duda, las madres arrebataron todos los premios, los padres no lograron terminar nada a tiempo. Y sentí como las madres superaban el dolor de haber parido hijos enfermos, hijos incompletos, hijos adorables.

Y no pude estar allí sin dar gracias a la vida, sin reír y llorar al mismo tiempo, y esta mañana por primera vez le di gracias a Dios por permitirme el privilegio de ser juez por un día. Ahora reconozco cuanto me falta.

4 comentarios:

Issa Martínez dijo...

Estupendo, Carmen. Siempre es un placer leerte y lo sabes, amiga.

Besos
Issa

Unknown dijo...

Bien, bien, Carmen.

Luis E. Prieto

Beto Brom dijo...

Una historia triste o quizás una imaginación fugaz.
Los personajes verídicos se entremezclan con los ficticios.
La clave del logro del escrito radica que no es posible determinar con plena seguridad, cuales son cuales entre los personajes.

Muy logrado, mis felicitaciones, Carmen.

betob

Agro@ldia dijo...

Una historia muy conmovedora que nos hace reflexionar sobre lo mucho que tenemos que agradecer a Dios. Felicidades