jueves, 11 de diciembre de 2008

Un duende en mis dedos: Maria Ángeles Cantalapiedra


Mis manos son calendarios incitando a las yemas de sus dedos a que deshojen mes a mes el transcurrir de la vida en cada una de sus estaciones.
Ellos, mis dedos, se cubren de hierba, se tuestan al sol, se marchitan en sus propias esencias y terminan caminando bajo la niebla que empapa su alma de duende.
Ahora, cuando sólo faltan días para que doce campanadas pongan fin a su rosario, peregrino en silencio, jocoso en sus amanecidas, recuentan sus haberes en el fondo de su despensa. Almacén de sentimientos donde nada cae al azar. Cada sensación en el lugar que la corresponde, hasta en la balda de las ausencias, ellos, mis dedos, guardan el sabor agridulce de una decepción, ese poso amargo que sin él no sabrían lo que es el rocío en una mañana de primavera.
Y así, mis dedos van envejeciendo con el calor de la batalla en cada una de sus estaciones. A veces galopan ensortijando al aire de sus duelos, otras, trotan templados mientras mayo se desmaya ante sus pies y las sonrisas envuelven sus amores. Cuando llueve siguen caminando sobre las nubes y también, a veces, se bañan en sus lágrimas para resurgir más limpios, continuar hacia el otoño y, más tarde, ahora, bailar bajo la nieve que cae a borbotones en un fin de año cualquiera.
¿Qué digo cualquiera? Nada es igual y todo es distinto. Termina un año y ellos, mis dedos, están en barbecho, durmiendo sus ángeles, descansando las alas con las que volarás un nuevo año, si Dios quiere…, como diría un castellano viejo.

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