sábado, 20 de diciembre de 2008

El cuadernillo: Ángeles Cantalapieddra


Recuerdo aquel año en que celebramos a nivel mundial, nada menos, todos los países al unísono, con zambombas, panderetas, ritos ancestrales, costumbres típicas de cada país y miles y miles de fuegos artificiales la entrada en un nuevo siglo.
La verdad es que yo no había celebrado nunca una entrada de siglo, pero aquel veintiuno era rechazado por mi subconsciente; no me gustaba. Yo seguía anclado en el diecinueve y no porque lo hubiera vivido ya que en aquel momento aún no había nacido a mi presente. Sin embargo, muy en el fondo de mi ser tenía una querencia muy grande hacia aquel siglo. La década me daba igual, cualquiera me valía; todas me gustaban.
Cuando ya la madre naturaleza creyó conveniente que naciera, salí al mundo, pero al comenzar a ver la época que calzaban mis pies tampoco me atrajo porque encontraba mucho más interesante bien los principios del S. XX, o la década de los cuarenta, pero los sesenta ni con el mayo del sesenta y ocho; me encontraba totalmente desubicado.
Un buen día, parado en una acera mientras contemplaba el resurgir de las manifestaciones, se acercó un fulano que me ofreció un cigarrillo. Ambos fumamos en silencio, ni siquiera nos habíamos mirado a la cara, no hacía falta, con los gestos era suficiente aunque intuía que era un anciano. ¿Por qué? Quizá me funcionó en aquel momento el sexto sentido. Al cabo de un rato el hombre desapareció y al volverme para buscar su rastro, encontré, justo en el lugar donde él había estado un cuadernillo; me agaché a recogerlo. Sin mirarlo, lo guardé en el bolsillo y me fui para casa.
Las calles estaban igualmente atestadas de gente lejos de los manifestantes. La navidad no gustará, pero las personas se tiran al asfalto a quedarse, seguramente, sordos para no escuchar los bramidos de su corazón. A duras penas, entre empujones, llegué a casa y una vez que me preparé un coñac, me senté en el sillón a contemplar el cuadernillo del desconocido. Me quedé un buen rato parado disfrutando del momento. Abajo, en la calle, se oía el repique de trompetas vociferando “Feliz año nuevo”. Miré el reloj, me sentía muy cansado; el tiempo se iba acabando como la llama de una vela, apenas un suspiro y volveríamos al rito de siempre: morir para nacer después.
Al fin, decidí abrir la primera hoja con la curiosidad a flor de piel, pensando, preguntándome qué misterios guardarían aquellas hojas. Sin embargo, de repente, me vino la necesidad de levantarme e ir a la nevera a por algo que meterme en el estómago. Abrí la portezuela y pillé lo primero que encontré: un recipiente con uvas; volví a mi asiento.
Leí la primera hoja mientras engullía una uva y después otra y otra, así hasta doce, justo en el momento en que la habitación se iluminaba de colores y se oía el repique de multitud de campanas. Sentí, entonces que acababa de nacer un año nuevo, yo mismo. Contemplé mis manos; ya no tenían arrugas, parecían las de un bebé. En el suelo yacían mis gafas; no las necesitaba, veía perfectamente. Ilusionado, lleno de vitalidad, emergiendo a un mundo nuevo. Me eché a reír, no cabía duda de que la vida, una vez más, se regeneraba y llegaba apretándome las ansias de saber, avanzar, cumplir mis sueños.
Volví a mirar el cuadernillo y me sorprendió comprobar que las hojas estaban vacías, no había nada. Un impulso extraño me hizo coger un lápiz, siempre escribía con lápiz para así borrar si me equivocaba y darme una nueva oportunidad de rehacer el camino, y me dispuse a escribir en la primera hoja lo siguiente:
“Los sentimientos tienen nombre de palabra y las palabras sirven para poner nombre a los sentimientos…” Ahí paré y obedeciendo a una tentación, me incorporé y me dirigí al espejo del cuarto de baño. Por más que mirara, allí no encontraba ningún ser, ninguna persona… Fue entonces cuando me di cuenta de quién era verdaderamente.Sorprendido ante el hallazgo, me arropé con mis escasas y recién estrenadas vivencias y salí al mundo. De nada servía que renegara del tiempo que me tocaba vivir, ni el siglo que debía beber; yo mismo era el año nuevo que acaba de nacer… una vez más.

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