martes, 6 de enero de 2009

Texto ganador: En Navidad


Escritora del mes de Diciembre:

Rosa María Arroyo

Lo leo cada año desde que lo escribiera... por si se me olvidara, aunque nunca pasa.Hoy se lo dedico a Eva con todo cariño, por su prosa Navidad sin ti ("...y te busco en el brillo de cada estrella...")
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Hay un agujero de abismo en los brillos de fuegos artificiales que estallan en el cielo. Derraman sonrisas sobre lágrimas que reblandecen el turrón, intentando evitar ojos espías, sabedores de intimidades. Me obligan a verlos, allá arriba, al reventar en el silencio el golpe seco que los anuncia. ¡Son tantos esta noche!...Y contemplo, en el cielo helado, el recuerdo de tambores y dulzainas; y en ese estallido de coloridas estrellas nuevas, cómo brota de la sima más oscura la luz de una mirada, ya para siempre perpetua,... como si campanillas efímeras tocaran con calor en los fondos húmedos y repletos de ausencia, agrandada en estos días por el mazapán.Hay un roto en la Noche de Luz, pero alguien más grande que yo pone hilo y aguja en mis manos, para cerrar la grieta, y formar, con mi costra salina, destellos de plata que transformen las notas calladas y tristes en recuerdo de alegría. (25-12-04)
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Este año, también, como todos los demás desde que se fue a otro rincón de los días.



martes, 30 de diciembre de 2008

Una hamburguesa en Navidad: Ángeles Cantalapiedra

¿Por qué me gustaría tanto la comida basura? La comía con gula aunque no dejara de pensar en el colesterol que me metía al cuerpo así como en los futuros kilos que pasarían a engrasar mis carnes. Pero, aún así, comía hamburguesas y patatas fritas de aceite reciclado. Lo que no sabía es que por su culpa iba a vivir la peor pesadilla. No vestida de colesterol precisamente…

Aquel veinticuatro de diciembre iba rumbo a casa de mis padres a pasar las vacaciones de navidad. Tuve que hacer transbordo de tren y esperar una hora al siguiente. ¿Qué se me ocurrió? No sé si era el aburrimiento, el hambre o la gula, el caso es que arrastré mis posesiones hacia la cantina de la estación a comerme una hamburguesa con patatas y Coca-Cola. Me senté junto a un ventanal; la vista era preciosa. Daba al exterior. Nevaba con profusión y los trenes parecían llegar patinando; tenía en ese momento la sensación de estar metida en un cuento.

Me dispuse a dar el primer bocado a la hamburguesa cuando me di cuenta que no llevaba suficiente mayonesa y mostaza. Me precipité a la barra y cuando volví a mi mesa, no quedaba ni rastro; ni siquiera de la hamburguesa. Se habían llevado todo y cuando digo todo, es todo.Me quedé parada, sin reacción, no dando crédito a lo que mis ojos me querían contar; mi mente lo negaba.
A los cinco minutos, alguien me preguntó si iba a ocupar la mesa y yo contesté lacónicamente “Me han robado” No me hicieron caso y se sentaron. Yo seguía parada hasta que un sexto sentido me dijo “Mueve el culo y vete a denunciarlo”Parecía un fantasma deambulando por la estación preguntando a unos y a otros a dónde debía dirigirme. Al final fui a parar a una puerta; llamé y una voz inteligible me dijo que pasara o algo parecido.

Abrí la puerta. Delante de mí, sentado detrás de una mesa llena de cartas, había un gordinflón comiéndose una enorme hamburguesa; por sus barbas blancas escurría el Ketchup…
¡Qué asco!
Sin dejar de comer, me preguntó:
-¿Qué la pasa?-
Apenas un hilo de voz salió de mi garganta.
-Me han robado.
-¿le hacía falta lo que se han llevado?- ¿Ese gordinflón era idiota o qué?
-Eran mis chismes, mis cosas-dije con voz alterada, más bien histérica.
-Insisto, ¿de sus chismes, como usted dice, había algo importante?
-Mi ordenador, mi ropa, mis cremas, los regalos para mi familia. Mi dinero, mi documentación, mi teléfono, mi tabaco…
-la voz murió dentro de mí; notaba que me iba hundiendo por segundos.
-Pero, ¿importante, lo que se dice importante, había algo?
-Le miré enfurecida. No me podía creer que no comprendiera mi angustia.
-Todo. Todo era importante. Y ahora, ¿me va a decir qué va a hacer para devolverme mis chismes?
-¿Yo? ¿Qué que voy a hacer yo? Mientras siga en ese estado de tozudez, no puedo hacer nada. Ahora despeje la sala y deje pasar al siguiente-…Y siguió comiendo la hamburguesa.

Salí con los brazos desplomados, mientras un hombre se precipitaba en la sala que acababa de abandonar yo y cerraba con energía la puerta. Seguí allí parada sin saber qué hacer. No tenía dinero, hacía un frío tremendo y tenía ganas de llorar; me senté en un banco frente a la sala del gordinflón tratando de ordenar mis ideas. Al cabo de un rato, salió el hombre y entraron un par de mujeres. Luego una niña, después una pareja de ancianos… Todos salían sonrientes, así que me decidí a entrar de nuevo.
-A usted, ¿qué la pasa?
-preguntó sin mirarme mientras rebuscaba entre las cartas algo.
-Soy la de antes.-Aquí no están sus datos.
-No me los pidió-aquel tío era raro de narices.
-Tengo el tiempo justo, o me dice qué la pasa o salga por donde entró-… y maleducado.
-Me han robado.
-¿Había algo importante?-empezábamos de nuevo la misma serenata, así que le contesté desafiante:
-Me han robado mis chismes. ¿Le parece poco?-sin mediar palabra, alzó la voz y dijo “El siguiente” Y me volví a ver sentada frente a la puerta.
Seguía nevando, cada vez más. La gente iba y venía de un tren a otro. Era muy bonito observar las caras de ilusión, los abrazos de los encuentros… ¿Qué sería de mí?

En el despacho del gordinflón no dejaban de entrar y salir personas. ¿Qué las pasarían a ellas? ¿Tantos robos en una estación tan pequeña?
Caía la tarde y cada vez tiritaba más de frío, como si se me estuvieran helando todas las sensaciones.
Me dije a mí misma que debía entrar de nuevo; no tenía otra salida. Siempre que preguntaba, me remitían al despacho del gordinflón.
Llamé suavemente y oí una voz muy distinta que me invitó a entrar, pero cuando entré allí estaba el tío gordo, ¡desnudándose!

-Disculpe. Tengo prisa. Mientras me cuenta, yo me voy vistiendo- ¡Qué morro tenía aquel fulano!
-Quiero volver a casa-no dije más; a fin de cuentas, era lo que más deseaba.
-¿Y sus chismes?
-el gordo aquel me incitaba, pero no entré al trapo.
-Sólo quiero volver a casa…-Pues vamos. Me pílla de paso.…
Desperté con la voz de mi madre. Descorrió las cortinas y pude ver todos los tejados blancos. Era una sensación placentera: estaba en casa, la sonrisa de mi madre, el griterío de mis sobrinos abajo, en la cocina…
-Date prisa. Están los niños muy excitados esperando a abrir los regalos.
Bajé sonriendo las escaleras y todos juntos nos fuimos al árbol. ¡Estaba tan bonito lleno de paquetes de colores! Todo eran exclamaciones, besos…
-Patricia abre tu regalo, hija- la voz de mi padre me sustrajo de la nube en la que estaba flotando.

Cogí el paquete y rompí con todas mis fuerzas el papel. Eso a mis sobrinos les volvía locos de contentos. Y entre carcajadas, descubrí mi regalo: era una pequeña maleta preciosa. Dentro había una tarjeta “Para que la llenes de tus chismes más importantes”… La nota estaba manchada de Ketchup.

No he vuelto a comer hamburguesas; bueno, miento. Como una al año, el día de Nochebuena. Ahora me pillo cada dos por tres preguntándome “¿Esto es importante?” Y a lo que respondo que sí, lo aliño de unas gotas de magia, que no de Ketchup.




Despedida al año: Pilar Moreno Wallace

Recuerdo como eras cuando llegaste enjaretando días, blanco de experiencias y con equipaje: un hato de promesas y un exceso en sueños. Promediaba una sonrisa, para atemperar posibles frialdades y desengaños a tanta prosperidad, anunciada entre burbujas doradas. Una fanfarria de música y luces adormecía negros presagios. La juventud que traían tus recién estrenadas horas, haciendo olvidar la amenaza del tiempo, nos fue desgranando un calendario que nos regalaba grandes lunas y noches solitarias. Quedaban en silencio muchas de tus promesas y algunos secretos, cuando se iluminaron las húmedas canículas, coloreando blancos en brotes de verdor. Aroma de salitres y bosques acercó otras sesiones y adormeció desengaños …¡volví a sentir otra vez el frío!

Ahora, acabado el tiempo, me dejas las dudas. Recogeré los sueños no dormidos y me sentaré a verte partir…


Y vestiré de blanco en el Año Nuevo ... Cati Cobas



Y vestiré de blanco en Año Nuevo. Como si los sesenta septiembres que me esperan se convirtieran otra vez en quince años. Me vestiré de blanco por los ángeles, que en este tiempo presiento, más que nunca, sentados a mi vera. Me vestiré de blanco, en son de paz con la Vida con mayúsculas, y pediré, como siempre, muchas ganas de continuar la lucha y el ascenso.

Me vestiré de blanco en Año Nuevo, aunque María sea mi sino y no haya ni mar ni caracoles en esta Buenos Aires que me arropa. Porque quiero comenzar un tiempo nuevo, un tiempo que le gane al viejo tiempo conocido.

Me vestiré de blanco este diciembre, mientras espero retener de él la sabia alegría de lo cotidiano y el dulce regocijo de la labor cumplida.

Y pondré flores blancas en la mesa y velas, que devuelvan a los que se sienten en su torno, la dicha simple del mantel planchado y el cristalino repicar del cristal en mil campanas.

Espero, entonces, que esa alegría sencilla, la de la albura prístina, la que surge cuando es el corazón aquel que habla, mientras la razón se va a dormir de aburrimiento, nos envuelva, y permanezca para siempre entre nosotros.

Por eso buscaré, también, la mejor música para cuando comience el nuevo día. Porque quiero amanecer vivencias y alborozo.

Pero además, me vestiré de blanco, en son de gracias, y en prueba de que la luna llena sigue viva.

No quiero ya pensar mil nubes negras, porque todos sabemos que éstas vienen solas. Elijo cientos de estrellas tachonando el cielo y el horizonte rosa, aunque me cueste.

Por eso, digo, amigos: vistámonos de blanco, aunque nos amenacen las tormentas. Si mantenemos luminosa la mirada y el alma de blanco travestida, la mejor luz nos servirá de guía y mil caminos se abrirán ante nosotros.

¡Feliz Año Nuevo!

lunes, 29 de diciembre de 2008

¡Cómo pasa la vida ...! Ángeles Cantalapiedra


Me gustaba esa frase de doce meses, doce causas. A punto de arrancar la última página del calendario, hago un recorrido rápido de quien se va, pequeños fragmentos de rayos solares y jirones de nubes arrancados con el esfuerzo de la voluntad y sonrisas volcadas en cascada; no hay más remedio que sobrevivir a las pequeñas tragedias cotidianas si es que amas vivir.Doce deseos que lanzabas al son de las campanadas mientras tragabas las alegrías y las miserias del año que moría. Y, ahora, miras hacia tras y te preguntas, ¿qué fueron de tus doce causas en esos doces meses? Los más importantes sin duda se cumplieron; siempre pido lo mismo en riguroso orden de importancia. ¿Y los otros? Apenas los recuerdo…, serían sueños efímeros que quedarían en buenas intenciones o en sinsabores que no dejaron cicatriz. Quién sabe… La vida es un juego de luces y sombras, un tobogán de idas y venidas, un arco iris después de múltiples tormentas. Es la escarcha en un amanecer constante. Ése es el maravilloso misterio de la vida.Mientras espero esas doce nuevas campanadas en las que formularé uno a uno mis nuevos doce deseos, tecleo en un mini ordenador, del tamaño de un librito, que me trajo el gordinflón barbudo para que pueda seguir soñando historias cuando estoy lejos de una línea de ADSL y pienso en estas letras que tecleo en este momento. Aún no tengo conexión a Internet, éste será el paso siguiente, así que en la espera sólo estamos las palabras, los copos de nieve que vuelven a blanquear mis tejados y yo con el deseo perpetuo de seguir contando cómo pasa la vida.
¡Feliz 2009, amigos!

Navidad: Ángeles Cantalapiedra


Entre otras muchas cosas, la navidad sirve, además de para gastar lo que no tienes como a muchos les gusta recordar, y parece que el significado de esa palabra sea ése, consumo, sirve para renovar afectos. Se abren las puertas de los sentimientos y acampan a sus anchas durante estos días. Abrazos, besos, sonrisas, viejas rencillas… Todo aflora. Se renueva, se reinventa, se olvida y te abrazas a una palabra que cada uno interpreta como puede.Sí, hablo de AMOR, yo lo pongo con mayúsculas porque para mí es el verdadero rey, el motor de nuestras vidas.
Ayer, un día “horribilis”, no me tocó la lotería y me pusieron la flor del espino en mis ruedas para que se pincharan del todo y, sin embargo, disfruté del amor en una doble vertiente. Por una parte me abracé a dos amigos de esas veces que te fundes en ellos. Mi nariz husmeó en su esencia y mis ojos se miraron en los suyos; supe que era afortunada de tener a mi lado a un ángel y a un diablillo con alas.
Por otro lado, mientras los estaba esperando en un bar, mi ojo izquierdo observaba a una pareja que se frotaba uno contra el otro de una manera tierna aunque insistente. Sus manos iban y venían y mi ojo izquierdo llamando al derecho para tener una visión completa, pero yo que a veces soy discreta, no siempre, me resistía a mirar de frente y romper su mundo de burbujas chispeantes. Fijaros si se dan cuenta que una mirona está delante de ellos con la boca abierta… No me parecía correcto, así que dije a mi ojo izquierdo que me siguiera contando.
Sus manos dejaron de girar sobre sus cuerpos y dieron paso a la palabra. Mi oreja izquierda rápidamente se puso en funcionamiento “Yo te quiero igual, me pareces maravilloso y van a se diez días nada más y volveremos a estar juntos, ya verás… Qué guapo eres”… Mis sensores me gritaban “vuélvete”, pero no hizo falta. Alguien me tocó mi brazo izquierdo y me dijo “¿Tienes fuego por favor” Era la misma voz que unos segundos antes declaraba amor con mayúsculas. Me puse tan nerviosa que se me cayó al suelo el mechero, el tabaco. Me agaché y junto a mí lo hizo otra persona. Nos miramos, nos sonreímos y comprobé la deformidad de quien me sonreía. Le faltaba una manita, era tuerto y un trocito de su cara estaba quemado. Cuando nos incorporamos vi a la chica. De verdad, hacía mucho tiempo que no veía tanto amor en unos ojos… Entonces recordé que para el amor hay algo más grande que la belleza externa. Son los ríos de tinta que fluyen para que sintamos, lloremos, riamos, amemos; lo demás no importa.Después, llegaron mis amigos y entró un niño marroquí con una pandereta cantando un villancico.
Una vez más, supe que para mí eso es la navidad.
Hoy hace veintitrés años que volví a nacer. El niño Dios me quiso llevar con él y al final me dejó en tierra junto a un hermoso bebé metido en una incubadora. Sus manos y pies aún estaban casi sin hacer. El tiempo le ha convertido en un tío cachas. Se llama Ignacio y es mi hijo.
¡Feliz navidad, amigos!

domingo, 28 de diciembre de 2008

El cuenquito de leche: Manuel Cubero

Publications International, Ltd.


Era una de las noches más frías de aquel riguroso invierno que sembraba de escarcha los campos de Belén. Arriba, la Luna daba vida a unos prados que centelleaban convirtiendo sus gotitas de rocío en infinitos y minúsculos luceros. Era como si el cielo hubiese encontrado en la Tierra un hermano gemelo plagado de pequeñas y titilantes estrellas.
En su corta vida, Benjamín no recordaba una noche tan bella y cruda como aquella.
“Si mi madre estuviese conmigo”, pensaba…
Era un recuerdo perdido entre los pliegues del tiempo pasado. Hacía un año que su madre se marchó al cielo. Su padre, pastor como él, perdió la vida, meses después, defendiendo el rebaño contra unos ladrones que lo atacaron de noche y destruyeron los dos tesoros que le quedaban: su padre y el sueño de poder convertir aquella punta de animales en un hermoso rebaño.
Acompañado de su perro pastor, Benjamín, sólo y sin medios de subsistencia, se dedicó a lo único que podía hacer: vivir de la caridad ajena. Un portal, cercano al templo de Jerusalén, acogía su cuerpecillo en las eternas y solitarias noches hasta que un día lo encontró Lázaro, un antiguo conocido de su padre. Éste sintió piedad de él y lo acogió en su casa.
Así fue como nuestro amiguito encontró un modesto cobijo, un poco de comida y algo de ropa con que abrigar su cuerpo. Benjamín, que había vivido humildemente desde pequeño, no pedía más. Sabiendo que en aquel hogar había un rinconcito para él, se sentía tan feliz que sólo añoraba los besos de su madre. Alguna vez, sentado a la sombra de un sicomoro, revivía la cálida mano del padre apoyada en su hombro mientras contemplaban su ganado pastar bajo el radiante sol de Judea.
Aquella noche, el frío, que penetraba en lo más hondo de su cuerpecito, caló hasta los rotos huesos de su pierna. Desvelado por el dolor, recordaba el día en que cayó desde la rama de un almendro al que había subido a coger algunas almendras para un primito que había ido de visita a casa. Desde entonces, padecía una leve cojera que se hacía más patente cuando el frío arreciaba. Ensimismado en estos pensamientos, su mirada se perdía entre las gélidas estrellas que, desde el firmamento, vigilaban su descanso. Entonces, una de ellas comenzó a cantar para el niño la más maravillosa melodía que jamás había oído.
Se irguió un momento asombrado por aquel extraño fenómeno. Creyendo que soñaba, se frotó los ojos y, sin prestarle más atención, se arrebujó en la manta intentando olvidar las molestias de su pierna.
La Luna era una gran bandeja de plata que recorría lentamente su camino acompañada por las mínimas estrellitas que se arrastraban sobre las praderas. Mientras el viento soplaba suave y delicadamente sobre los arbustos que picoteaban la pradera, la misteriosa melodía seguía llegando con sus cadenciosos sones desde los rincones más ocultos.
De nuevo Benjamín volvió a incorporarse. Subyugado por aquellos cadenciosos sonidos comprendió que algo extraordinario estaba sucediendo. Se levantó lentamente y su mirada se perdió muy lejos, allí donde la Luna comenzaba a esconderse tras la línea del horizonte. En aquel momento, la noche se iluminó gracias a una estrella que, acentuando su brillo, dejó escapar tras de sí una hermosa cola multicolor. Instantes después, la estrella se posó sobre una humilde casita apenas dibujada en la distancia.
Atraídas por tan extraño fenómeno, las ovejas emprendieron alocada carrera en pos de aquella luz que rompía la noche en mil colores. Intrigado, el muchacho ordenó al perro reunir al ganado y, desafiando al frío de la noche, emprendieron una alegre marcha hacia el lugar indicado por la estrella.
Comenzó a clarear el día. La estrella continuaba inmóvil. Bajo ella, un establo tenuemente iluminado atraía con una fuerza irresistible a su ganado. Cuando se acercaron, el muchacho observó cómo una mula y un buey, abrigando la entrada, parecían proteger el establo del frío que reinaba en el exterior. Dentro se encontraba una joven que, acompañada de su esposo, acunaba a un niño recién nacido.
Benjamín se acercó a ellos. Detuvo su mirada en el plácido rostro del niñito, luego se aproximó al fuego y vio que allí reposaba una olla vacía. En silencio, fue hasta una de las ovejas que acababa de parir, la ordeñó llenando un cuenco de leche, se acercó a la mamá del niño y, delicadamente, lo depositó en sus manos:
-Es para el niño. Tendrá hambre ¿verdad?
Por toda respuesta, la señora depositó un dulce beso en el rostro de Benjamín.
Aquel beso tenía tanto sabor a madre, que Benjamín se sintió el niño más feliz de la tierra. Momentos después, el niño reunió de nuevo el rebaño y emprendió la vuelta hacia sus pastos. Era tal la alegría que inundaba su corazón que el regreso se hizo cortísimo. Perro, ovejas y pastor, corrían y saltaban llenos de felicidad. Poco antes de llegar a casa encontraron a Lázaro que, preocupado por la tardanza del niño, había salido a su encuentro. El amo lo miró fijamente y, abrazándolo, preguntó:-¿Qué te ha pasado en la pierna? Ya no cojeas...